LITERATURA ANDINA

POESÍA

PAMPANA QAMAÑA (Aymara)

Jiwasaru churistu suma samaña

taqinitaqi wali suma samasiña

wasara suma qhispi, pampawa,

taqi akapachana qamasirinakaru.

 

Yuspakarñasawa pachamamaru uywasiriru

suma samaña churirïtpata jiwasanakaru

wali, wali q’uma chhalla, janchisataki,

munaptana pampata q’uma wayralli.

 

Jani q’añuchata samalli utjiyañpataki

pampa chaqanwa jaqattasipxañani,

sumaki katusipxañani wali churatanaka

katusiñani askita, pachamaman luxtatapa.

 

Pampaxa puquñampi khuyistu taqiniru,

ch’uwa samaña suma qamaniñsataki

aski musq’a qamaña taqinitakisa,

pampipana wali qamañax utjiyarapistu.

 

 

EL CAMPO

Nos ofrece una respiración

de aire limpio para todos,

es el campo abierto y libre

para todos los seres vivos.

 

Debemos agradecer a la naturaleza

por ofrecernos el aire agradable,

benigno y suave para nuestro cuerpo,

necesitamos el aire sano del campo.

 

El aire puro sin contaminación

sólo puede ofrecernos el campo.

Debemos agradecer la hermosa dádiva

de nuestra sin par madre naturaleza.

 

El campo nos brinda productos,

medio ambiente ideal para vivir

y darnos vida agradable a todos.

Nuestras vidas se deben al campo.

 

Fuente: Canaviri, Z. (1999) Aymara jarawinaka. Poesías aimaras.

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CANTO (Quechua)

SIRINAKUNA (Waynu)

Mayupi sirinakuna

qaqapi inkantukuna

imata munaspaykitaq

kaypiri sirinakunki

imata munaspaykitaq

kaypiri inkantakunki.

 

Manachu mamayki kara

manachu taytayki kara

manaña mamayki kaqtin

nuqacha mamayki kasaq

manaña taytayki kaqtin

nuqacha taytayki kasaq.

 

Tutallas visitamuyki

tutallas purimusyani

p’unchayniykita yachaspa

takiylla takiykunaypaq

tusuylla tusuykunaypaq.

 

Cilupas ch’askay luciru

k’anchaylla k’anchaykamuway (bis)

tutapas sunquchallaypis yanayta apakapusaq

urpiyta pusakapusaq.

 

HAWACHAN

 

Kapuli maliki sikichapi, unu q’uñita suyachirayki

mañan rikurimuqtiyki, wayqichaykiman tumachini

wayqichaykiman tumachini. (bis)

 

 

SIRENAS (Wayno)

Sirenas del río

encantos de las peñas,

¿deseando qué sirenan ustedes aquí? (1)

¿deseando qué encantan ustedes aquí?

 

¿No tenías madre, acaso

no tenías padre, acaso?

Si ya no tuvieras madre

yo seré tu madre,

si ya no tuvieras padre

yo seré tu padre.

 

He venido a visitarte

sólo de noche,

camino solo de noche

sabiendo que hoy es tu día

he venido para cantar, cantar

para bailar, bailar.

 

Lucero, estrella del cielo

alumbra, alúmbrame por favor (2)

me llevaré a mi amada,

en el corazón de la noche

me llevaré a mi paloma.

 

FUGA

 

Te esperé con aguita caliente

al pie de un árbol de Kapulí.

Como no apareciste

le di a beber a tu hermanito.

 

Wayno indio anónimo de la región de Ocongate, Provincia de Cuzco. Gentilmente ofrecido a nosotros por nuestro amigo el sacerdote jesuita José Carlos Flores. (Lima, 1984).

NOTA:

(1) Sirenan, del verbo sirenar que los quechuas del Cuzco inventaron para resumir lo que hace la sirena. Sinónimo, en este caso, de encantar.

(2) K’anchaylla, el verbo alumbrar se conjuga aquí con el diminutivo incorporado, literalmente sería “alumbramito”.

Fuente: Montoya, R. & Montoya, E. (1987) Urqukunapa yawarnin. La sangre de los cerros.

 

MITO

1.- El mito de los tres hermanos (el granizo, el viento y la helada)

Juan de Dios Macedo (Macharir/Asillo/Azángaro/Puno/Perú
Escolástico Chirapo (Yanque/Ácora/Puno/Perú
Faustino Carrión (Orccorarapampa/Ñuñoa/Melgar/Puno/Perú
Cecilio Quispe (Mollocco/Ácora/Puno/Perú)

Había cierta vez un joven comunero, que paseaba por sus sembríos para verlos cómo crecían. Vio y constató que cada noche sus chacras amanecían dañadas y atropelladas por animales. Una noche decidió vigilar y coger quién era él que dañaba a sus sembríos. Entonces el muchacho se puso a vigilar su sembrío y cuidó con mucho celo su chacra. Estaba oculto dentro de un surco de la chacra. Esa noche aparecieron muchos okke asno (burro de color ceniza) pero los asnos vieron casualmente al muchacho y de inmediato arrancaron y subieron rápidamente, brillando como una luz fulminante, al cielo y atropellando siempre sus sembríos.

Entonces el joven muy afligido pensó mucho todo el día. Se preguntaba cómo podría coger los pollinos y agarrarlos. Luego alistó unas reatas gruesas para cogerlos en la noche en su chacra. El joven esperó oculto con las reatas en las manos. Anticipadamente se alistó muy bien, llevando su coca y su alcohol que lo guardaba en su chuspa. Se preparó una kintuska de tal forma que el rito resultó muy bien. Esperó toda la noche y volvieron los asnos igual que en la noche anterior. Era una cantidad innumerable de asnos. El joven agarró su reata y cogió a un rocín con seguridad extraordinaria; con increíble destreza había laceado en ese momento.

A los ojos del joven, el asno cogido resultó ser una muchacha hermosa y bella, vestida con prendas brillantes hechas de fibra de oro, como se dice kuri pacha yujj. Con mucha prepotencia el joven amenazó a la señorita y la culpó de todos los daños que había ocasionado el rocín. La muchacha en todo momento pidió perdón. El joven en un principio no quiso concederle el perdón, pero la mujer era muy bella. Encantó mucho al joven, como imán, hasta que decidió darle el perdón a cambio de una condición: que ella fuera su novia. La muchacha aceptó la condición que demandaba el joven. Al amanecer el joven raptó a la bella muchacha y la llevó a la casa. Varios días después se casó con la muchacha y vivieron felices con profundo amor. Una vez por la tarde en una conversación el joven preguntó a su novia y dijo: “Amor mío, ¿cómo y por qué se elevan como luz de rayo al cielo tus otras compañeras?” Ella respondió: “Es que tienen ropas metálicas muy preciosas de oro y plata”. El joven quedó pensando. Para que no se alejara su novia al cielo, decidió quitarle su precioso traje y la vistió con ropas de su pueblo, porque ya sabía el secreto. Guardó bien la indumentaria preciosa de su novia en una maleta grande, y la cerró con un candado bien asegurado. En tal situación la mujer no podía elevarse al cielo. Así vivieron mucho tiempo en armonía y felicidad. Al cabo de varios años como cónyuges llegaron a tener tres niños.

Pero cuando sus hijos ya eran mayores de edad, ocurrió un día que la mujer lloraba desoladamente en presencia de ellos y decía: “¡Cómo quisiera ir al cielo a traer bastante plata de casa de mis padres!” Entonces el hijo mayor compadecido del llanto de su madre que lloraba constantemente, le contó el secreto y le dijo dónde su padre guardaba la llave de la maleta que tenía sus trajes preciosos. Así un día cuando su padre se había ido a trabajar a otro lugar, la madre cogió la llave, abrió la maleta, sacó sus trajes, se vistió con su ropa (era más o menos medio día) y se fue como una luz fulminante al cielo. Entonces los hijos se quedaron llorando.

Por la tarde el padre llegó a su casa y no encontró a su esposa. Los hijos, afligidos, narraron lo que había ocurrido con su madre. El padre se enteró y se puso a llorar desconsoladamente. Luego preocupado recorrió todo los lugares y preguntó a la gente, a los animales, a las aves y a todos. Porque su preocupación era cómo podría subir al cielo para encontrar a su esposa. Cierto día se encontró con un gallinazo. El ave le dijo: “Consíguete una soga larga y te voy a ayudar”. Entonces el hombre consiguió la soga y de inmediato el gallinazo lo llevó al cielo. En un viaje raudo llegaron al cielo. Luego el gallinazo regresó a la tierra y el hombre se quedó buscando a su esposa. La mujer ubicó primero al hombre. Lo alcanzó diciéndole: “¿A qué has venido hasta aquí? Cuidado, que no te vea mi padre aquí. No quieren verte aquí”. Entonces la mujer lo llevó a su casa de inmediato para que no lo vieran su padre sol y su madre luna.

Luego al día siguiente el hombre quería trabajar, pero la mujer le dijo: “¿Qué vas a poder trabajar? Aquí es todo diferente. No es como la tierra”. Entonces el hombre le dijo: “Podría trabajar como cocinero”, y respondió su esposa: “Muy bien, ya que tú quieres trabajar”. Al día siguiente en la mañana la mujer le dejó los víveres: un puñadito de maíz para que cocinara, y se fue a trabajar a otro lugar.

El hombre miró y miró, pensando: algo raro ocurre aquí, y el mismo se preguntaba: “¿Para quién puede alcanzar este puñadito de maíz?” Luego aumentó un plato de maíz más y cocinó el almuerzo. Pero ocurre que cuando cocinaba el maíz, rebalsaba mucho la olla y llenaba otra olla y seguía aumentando más, llenando siempre más tinajas y ollas. Entonces por la tarde llegó la mujer a su casa de regreso y se percató todo lo que había ocurrido al hombre. La mujer muy molesta le dijo: “¿Por qué tú has aumentado el maíz?” Entonces el hombre contestó: “Poquito puñadito de maíz que me has dejado, ¿para quién podría alcanzar?” La mujer tan molesta y dolorida respondió: “Aquí todo es muy diferente. ¿Por qué tú no me hiciste caso?” Al mismo tiempo la muchacha, toda enojada, empujó al hombre. Al percatarse de lo sucedido, su Padre Sol de la mujer se enojó y lo quemó y lo incineró como un chicle y se convirtió en ceniza.

Los hijos en la tierra se quedaron huérfanos al lado de su abuelita. El mayor de ellos se llamaba Manuel, el del medio era Ignacio y el más chico tenía por nombre Venturo. Crecieron sin ninguna educación, flojos y vagos. Estaban todo el día vagando en el cerro. La abuela ya anciana nada podía hacer para que fueran hombres útiles. Crecieron sin respeto. A los tres hermanos huérfanos los mantenía la abuelita.

Comentan que en esos tiempos antiguos no existía la granizada, la helada, vientos y plagas. Todos los humanos agricultores vivían felices, porque no se presentaron ninguna clase de sequías ni hambruna ni plagas. Todos los cultivos producían bien y seguros, como una despensa, llena de chuño, quinua, cebada, cañihua, papa. Pero sucede que por la seguridad de la producción algunos no trabajaban bien y se volvieron malvados, flojos y mentirosos. Así pasó también con los tres hermanos wajjchos. Se volvieron jairas (flojos) y no cultivaron nada. Por eso cayeron a la desgracia. La anciana madre queriendo salvar la miseria, les suplicaba que fueran a cultivar, pero ellos no le hacían caso.

Cierto día, cuando era la época de barbecho de la tierra que estaba ya realizando la gente de ese ayllu, la abuelita les dijo: “Hijos míos, vayan a barbechar las tierras que nos corresponden, donde este año se cultivarán papas en la aynuqa”.

“Si, mamitay, iremos mañana mismo. Prepáranos bastante fiambre y herramientas”. Efectivamente, a la mañana siguiente muy temprano bajaron al campo. Allí ubicaron un lugar plano y comenzaron a jugar a bolitas y tocar charango, sirviéndose de rato en rato el fiambre. Atardeció. Como otros, igual se recogieron hacia su ayllu y su hogar y llegados allí dijeron a la abuelita:

“Mamitay, hoy hemos trabajado duro. Hemos barbechado una buena extensión. Nos hemos cansado”. La abuelita les atendió con mucho esmero y cariño y les dijo: “Bien hijos, muy bien. Ahora siquiera tendremos donde cultivar”. Más ni habían barbechado terreno alguno, sino que ese día se dedicaron a jugar y tocar charango. Pasó el tiempo y llegó el momento de cultivar. La gente ya cultivaba sus tierras y nuevamente la abuelita les hacía recuerdo para que fueran a cultivar papas.

“Hijos vayan a cultivar en las tierras que barbecharon”, dijo la abuelita.

“Si, awicha, aliste las semillas y las herramientas. Ya iremos”. Bajaron las semillas, cargadas en burros. Llegaron al lugar de su diversión y comenzaron a jugar a las bolitas, tocaron charango y luego se pusieron a preparar hornos para hacer huatias, que apenas cocidos comían y luego se preparaban otro horno, y así comiendo y jugando, pasaron plácidamente el día. Hasta que por la tarde volvieron en la casa de su abuelita, diciendo:

“Mamá ya hemos sembrado. Al fin tendremos papas de donde recoger. Estamos muy cansados”, y la abuelita, solícita, les atendió. Pasó la época de cultivar y llegó el momento de la maduración. La aynoqa cultivada de papas estaba linda. Algunas florecían, algunas ya echaban sus frutos, algunas amarillaban, señal de tener buenos tubérculos. Era la época en que la gente ya comenzaba a arrancar matas de papa y recoger el producto. Viendo esto, la abuelita les dijo:

“Por qué nosotros no hacemos igual, recogiendo los primeros productos de papa de nuestra chacra?”

Los hijos le dijeron a su abuelita: “Si, mamitay, puedes ir ahora mismo a nuestra chacra. Lo nuestro es el mejor, el más alto y está a la vista y de allí puedes escoger la cantidad que desees”. Llegó luego el Carnaval y la abuela fue a la chacra, a ancachar (primer escarbe) las papas. La abuelita, toda confiada y creyendo lo que le habían dicho sus nietos, se dirige a ancachar las papas, tal como le habían indicado ellos. Bajó y llegó y avistó la mejor papa, y de allí comenzó a arrancar de la mejor chacra. Pero antes que terminaba de arrancar llegó el verdadero dueño de la chacra. Al ver que la abuelita arrancaba sus papas, le reprendió y hasta le pegó con látigo. Enfurecido la azotó con un chicote arrancándole un pedazo de carne de una de las piernas. Además advirtió a cada golpe y dijo que sus nietos no habían sembrado; que la semilla que les había dado se la habían comido en huatiadas y que todo ese día habían estado vagando en el cerro. Entonces la abuelita se puso a llorar arrollada en el suelo y quitándose su sombrerito. Pero el hombre, más enojado dijo: “Esos lloqallos tuyos, flojos, ociosos y mentirosos, no trabajaron la tierra, sino que se pasaron jugando, tocando y comiendo. He ahí tu terreno sin cultivar ni barbechar. De ahí pues puedes recoger la papa. ¡Ya vaya!”.

La abuela al poco rato se levantó, recogió su carne en una manta y llorando se la llevó a su casa. Ya por la tarde regresaron los tres hermanos a casa de su abuelita, pero como habían pasado el día jugando, habían llegado con hambre, y le dicen a su abuelita: “Estamos de hambre; tenemos mucho hambre y queremos que nos des comida”. La abuelita, reprochándoles que le habían engañado, mostró las heridas de su cuerpo y les dijo: “Hijos, ¿qué cosa hicieron cuando decían que iban a trabajar, barbechar y cultivar? ¿Acaso no decían que trabajaron? Miren cómo me hacen castigar y pegar con su dueño. Ahora no tendremos qué comer. ¿Qué les voy a dar de comer? Ni siquiera Ustedes han sembrado las papas que les he dado. No tengo nada de comida para darles. Cuando he ido a escarbar la chacra que Ustedes me han dicho, solamente la gente me ha pegado, porque había escarbado su chacra”. Con esta respuesta, sus nietos no se quedaron tranquilos y le dijeron nuevamente a su abuela: “Estamos siempre de hambre y no hemos comido nada. Queremos siempre comida”. Sin saber qué hacer, la abuelita se puso a llorar y por la noche cocinó en caldo los despojos de su cuerpo y les hizo de comer a los tres hermanos.

Después de saborear la carne de su abuelita, los hermanos se encolerizaron. Comenzaron a hablar entre sí: “¿Así? Ahora verán, con que eso han hecho con nuestra abuelita”. En eso se ponen de acuerdo y el mayor, Manuelo, les dice a sus hermanos: “Yo voy a ir como granizada. Tú, Venturo, vas a ir como viento”, le dice al intermedio. “Y tú, Ignacio, vas a ir como helada”, le dice al menor. “¡Sabrán quiénes somos los tres hermanos! Ahora mismo que alisten costales, lazos y burros, porque recogeremos cualquier cantidad de productos”. En eso se fueron los tres hermanos Chicotillo de la casa de su abuelita y cada uno tomó su puesto en los cerros. Otros dicen que en ese momento los hermanos tomaron otro nombre. Dicen así los Machariri. Dicen: “El Granizo (Chijjchi) es Mariano Chicotillo, el Viento (Wayra) es Manuel Chicotillo y la Helada (K’assa) es Miguel K’oro Asno Chicotillo”, y dicen que el Achachila los dejó vivir en su casa, porque es su padrastro, y desde entonces se llaman así no más: los Chicotillos.

Ese día por la tarde, a la puesta del sol, cuando éste estaba por ocultarse detrás de los cerros, a los alrededores del ayllu comenzaron a aparecer nubes grises oscuros y sopló un viento no muy fuerte. Repentinamente comenzó a nublarse y oscurecerse el cielo. Ya era hora. El granizo, Mariano Chicotillo, vino desde las cumbres de un cerro, desde donde se precipitó no solo destrozando la chacra del hombre malvado que azotó a su abuela, sino las chacras de toda la comunidad. Al amanecer Miguel K´oro Asno Chicotillo en forma de helada remató con todos los cultivos, malogrando sin salvación todas aquellas cosechas, que estaban floreciendo bonito, y Manuel Venturo Chicotillo al día siguiente en forma de viento botó a todas las nubes y trajo una serie de pestes y enfermedades a la comunidad. Cuando se descargó esa terrible granizada acompañada de rayos y truenos y viento fuerte, estaba tan oscuro que nadie podía ver algo. No quedaba más que protegerse en las casas. Al día siguiente amaneció la estancia con los cultivos todos destrozados. La granizada, el viento y la helada finalmente lo habían rematado.

Desde entonces los tres Chicotillos viven en los qullus (cerros) para planear la venganza al castigador. Y fue así que empezaron a maltratar las chacras de toda una estancia. Por eso desde esa época existen esas plagas. Son malvados, flojos, alcoholizados, por haber comido carne extraído del muslo de su propia madre. Al respecto, mi taita siempre decía: “No hay que ser como esos hijos de un rico: ociosos, flojos y mentirosos. No hay que mirar el trabajo ajeno que no dura mucho. Lo nuestro dura y aguanta, porque Dios Tatitu nos bendice a cada cual por su trabajo. No hay que ser como esos tres hermanos que vienen a robar productos, que miran el trabajo de los agricultores. Que uno es granizada, otro viento y otro helada. Ves cómo este relato es una enseñanza para el campesino. Como un ejemplo de ociosos, ladrones, mentirosos, envidiosos, que siempre están mirando lo ajeno, sin hacer nada. Esto es lo que dicen cuando cae una granizada en la comunidad.

Entonces la granizada que se había llevado toda la chacra, juntó bastante comida, mucha comida. Tenía bastante quinoa, cañihua, papa y cebada para almacenar en su casa. Mariano, la granizada, que había juntado bastante comida, en el camino se encuentra con un pasallero (persona que baja de las zonas altas) y le dice: “Tienes que traerme bastante pasalla para que te cambie con papas bien grandes”. Y así la granizada había llevado a su casa por los cerros al pasallero. Dice que dentro de la casa de la granizada el pasallero había visto bonitos cuartos y cada uno de ellos estaba lleno de papas, quinoa, cañihua, cebada: de todo, dicen, que había. Ya al caer la tarde, la granizada se dirige al pasallero y le dice: “De una vez te voy a despachar, lo que quieras porque mañana en la madrugada tengo que viajar lejos. Si quieres dormir aquí en la puerta de la calle no más te vas a acomodar”. Dicen que el pasallero se había dormido en la puerta de calle, pero cuando despertó al día siguiente, solamente se encontraba tirado en el rincón de unas rocas del cerro.

Dentro de cierto tiempo, esos tres hermanos efectivamente llegaban a su casa con cualquier cantidad de productos de toda clase cargados en los burros y decían a su abuelita: “¿No ves, mamá? Nosotros, sí, somos fuertes. Aquí están los alimentos que necesitamos y ya tenemos qué comer. A nosotros nadie se nos ha atajado”.

Por eso hay que poner mucha atención y recordarse siempre. Porque en los meses de Enero, Febrero, cuando las plantas en la chacra se están desarrollando; cuando la gente hace llorar a una abuelita y cuando no damos sus pedidos; a veces, cuando el anciano saca de cualquier sembrío que no es de él sino de la chacra de otra persona; cuando escarba las papas y los dueños de la chacra lo castigan diciéndole: “Ratero, ¿que tú no has sembrado en tu propiedad?”; todo eso llama la helada y la granizada. Es seguro que caerá helada en el mismo tiempo.

2.- Los Chicotillos en la comunidad agrícola

Desde aquel día, los Chicotillos siempre están mirando las chacras más bonitas, para robarse los cultivos y para castigar a la gente que hace llorar a las abuelitas y a sus guaguas. Dicen que un día los hermanos Chicotillo andaban juntos para robar y destrozar los cultivos y productos de los agricultores. Cada cual iba a su manera. Porque a veces la granizada venía sin truenos, ni relámpagos, ni viento que lo acompañe y así, solito, perjudicaba mayormente, y otras veces sin olvidar su costumbre se avecinaba con gran estruendo de ruido, y así la gente se preparaba para contrarrestarlo. Por eso, apenas los tres hermanos se dirigían a arrebatar los productos, la gente ya les salía a defenderse y hostigar su avance. Entonces por ello la helada le dice a la granizada increpándole: “Tú vas con tanto ruido: ‘¡qej! ¡qej! ¡qej!,...’ ‘¡q’er! ¡q’er! ¡q’er!...’ La gente pues ya se alista y nos sale al paso con fuego y cohetes por el ruido que haces, y se despiertan, y se defienden, y no podemos actuar así”. Y al viento le dice: “Tú igual vas silbando y apenas oye la gente, recoge sus cosas, y así no podemos actuar”. Y la helada dice: “¿No ven cómo yo voy silencioso, sin hacer ruido? La gente ni oye mi pisada y así puedo robar y destrozar todo a mi paso”.

Siempre hay que combatir los Chicotillos para defender las chacras. Para conjurar estos peligros, cada comunidad tiene sus costumbres y ceremonias. Allí en Yunguyo las familias efectúan una serie de costumbres, de pequeñas a grandes ceremonias. Una de ellas se hace en cerro Qhapia, entre Yunguyo, Pomata y Zepita. Allá existen tres pozos. Uno de ellos es de la helada, otro es de la granizada y otro de la lluvia. En el fondo de cada uno de ellos vive la rana Kaska Paya que es la abuelita de los Chicotillos. Se dice que en las comunidades que no llueve - porque a veces ocurre que llueve en toda la zona, menos en determinado lugar, y este lugar no obtiene esos beneficios - los comuneros recurren al pozo de las lluvias, sacan las ranas con agua del mismo pozo y las llevan en procesión, hasta el lugar donde no llueve. Allí las dejan hasta que empiecen las lluvias. Luego nuevamente las regresan a su lugar de origen. Pero cuentan que en cierta oportunidad un campesino de una comunidad de Pomata fue a ese lugar para llevar las ranas a su terreno, pero el brujo se equivocó de pozo y en la noche cayó una fuerte granizada. Fue tal que hizo perder todo el sembrío.

Los Chicotillos son malos. En cambio, la abuelita favorece a la chacra y protege a las ancianas y a sus guaguas. Dicen que cierta vez una mujer se dirigió a un lugar muy lejos a visitar a una pariente. Cuando regresaba a su hogar a medio camino se le hizo tarde y cayó la noche y se encontró en tinieblas. Pero sucedió que en el lugar donde se encontraba, a pocos metros, se le apareció una hermosa casa. La mujer estaba desesperada y decidió acercarse para hospedarse en esa casa. Gritó: “Mamitay Vecinita”, y pronto apareció la dueña de la casa que era una viejecita muy extraña. Tenía su rostro lleno de arrugas porosas (quechua: kaska paya), como hay en la espalda de un sapo. La vieja con amabilidad la atendió y la cobijó en su casucha, pero antes le advirtió y dijo: “Te alojo en la cocina, es el único sitio que tengo, porque en la noche llegarán mis hijos. Ellos son muy malos. Seguramente me traerán abundantes víveres para alimentarme”.

Entonces la mujer fue a la cocina a descansar, pero además Kaska Paya le advirtió y le dijo: “Mujer, cuando lleguen mis hijos, tú no vas a hablar nada. Estate callada, no más”.

Más de noche llegaron sus hijos con fuertes vientos y granizadas acompañadas de truenos estremecedores. Estos tres hijos de la viejita habían traído todo tipo de cultivo, así como: papas, trigo, quinuas verdes y fresquitas y las depositaron en su despensa. Llegaron a la casa y dijeron: “¿Qué cosa huele como humo?” y preguntaron constantemente a su madre, y contestó la viejita: “No hay nada”, y nuevamente insistieron sus hijos y dijeron qué podía oler así, y buscaron en todo sitio. Pero no encontraron a la huésped. La mujer estaba muy preocupada, pero más tarde se había quedado dormida de cansancio, ya que estaba agotada del viaje.

Dicen que al día siguiente muy de madrugada se despertó y se encontró con la ingrata sorpresa de que estaba recostada al lado de un manantial rodeado de enormes roquedales y peñas. No existía ninguna casa en el lugar. La mujer pensó mucho y casi se volvió loca. La anciana que la había alojado no había sido gente, sino había sido la madre de la granizada.

Venturo Chicotillo es también muy temible. Siempre hay que respetarlo. Dicen que dos jóvenes de una comunidad de Asillo tenían la costumbre de cazar pajaritos con flechas (w’achi). Muchas veces por la tarde se dirigían a lugares muy lejanos de su casa. Iban a cazar pajaritos a los cerros, principalmente a las quebradas y barrancos y a lugares que son ‘piro partes’ (sitios maléficos) como la wayrahuasis (casa del viento). Pero sucede que un día en la tarde los muchachos se dirigían a los lugares denominados k’ajas (roquedales) a un parte llamado wayra-huasis. Los muchachos, muy traviesos, trepaban a las rocas, luego bajaban y subían los cerros, con el fin de matar a los pajaritos. Llegando a la k’aja los jóvenes muy inquietos corrieron de un lugar a otro, metiéndose en hoyos y huecos. De repente los jóvenes se encontraron con gran sorpresa en el wayra-huasis y vieron allí a un hombre muy extraño que estaba dormido recostado en un enorme roquedal. Esta persona era anormal. Comentan que tenía la cabeza totalmente sucia con enorme cabellera desgreñada. Estaba completamente desnudo y muy mugriento, pestilente con los mocos colgando de su nariz. Cosa muy raro: tenía huevos grandes y muy hinchados. Los muchachos sorprendidos no pensaron que era el viento y se acercaron; lo miraron sorprendidos y silenciosos. Pero uno de ellos, muy atrevido, tomó su huachi sin el menor escrúpulo, apuntó en los huevos del hombre harapiento y flechó con fuerza.

El extraño hombre se despertó suspirando un sonido fuerte y espantoso, comenzó a soplar poco a poco más y más fuerte. Los muchachos desesperados y asustados empezaron a correr. Pero el hombre extraño se levantó y se convirtió en un fuerte viento huracanado. A uno de ellos botó al costado aturdiéndolo, y al muchacho que le había clavado la flecha lo levantó con el tuyo wayra (viento remolino). Se lo llevó volando como si fuera un plástico, y lo hizo volar en el cielo de un lugar a otro. Subía y bajaba al muchacho golpeándolo contra los cerros y las rocas, despedazando su cuerpo que quedó hecho añicos.

Cuando despertó su compañero recobrando poco a poco su fuerza, se levantó, caminaba lentamente hacia su casa, muy apenado y asustado. Pero en el trayecto del camino encontró pedazos y trozos de carne de su compañero. Además encontró esparcidas en todo el lugar gotitas de sangre de su compañero. El muchacho regresó a su casa tan apenado y llorando de tan triste suceso que había ocurrido, porque jamás había pensado que habían ofendido al señor del viento.

Fuente: Van Kessel, J. & Condori, D. (1992) Criar la vida: Trabajo y tecnología en el mundo andino.