RESEÑA

PROYECTO ANDINO DE TECNOLOGIAS: HUCHUY RUPA – JISKA JAQI. CONCEPCIONES QUECHUAS Y AYMARAS DE NIÑEZ

huchuy_rupa
No se trata de un empeño trivial ya que al encontramos para este propósito traemos a la mano cosmovisiones diferentes, es decir, venimos a cooperar realizando un fluir de la vida que conlleva un conjunto de supuestos que damos, cada quien, por sentados. Cuando lo que se da por sentado son formas de vida diferentes, inconmensurables, los malentendidos tienden a multiplicarse hasta el extremo de la incomprensión.

Cuando se trata de la niñez, la concepción vigente en Occidente moderno tiende a considerarla una etapa limitada en la vida del ser humano, cuya duración se puede fijar de acuerdo a criterios más o menos objetivos. Es una etapa asociada con una sensación de incompletitud, de inmadurez, de incapacidad, y que, por consiguiente, requiere una particular protección. Pero, esta idea no es de siempre. Tiene su origen en algún período de la historia de Occidente. El cuidado especial por los niños tiene, seguramente, inicio en la preparación para la nueva vida en las ciudades y estuvo a cargo de la propia familia desde la antigüedad griega. Que el cuidado tuviera que ser garantizado por la sociedad tiene probablemente su mayor justificación, mucho más tarde, por el trauma de la Revolución Industrial. Las referencias en El Capital son inequívocas:

La maquinaria, en la medida que hace prescindible la fuerza muscular, se convierte en medio para emplear a obreros de escasa fuerza física o de desarrollo corporal incompleto, pero de miembros más ágiles. El trabajo femenino e infantil fue, por consiguiente, la primera consigna del empleo

capitalista de maquinaria! Así, este poderoso reemplazante de trabajo y de obreros se convirtió sin demora en medio de aumentar el número de los asalariados sometiendo a todos los integrantes de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edades, a la férula del capital. El trabajo forzoso en beneficio del capitalista no sólo usurpó el lugar de los juegos infantiles, sino también el del trabajo libre en la esfera doméstica, ejecutado dentro de límites decentes Y para la familia misma. (Marx, 1975: 480)

Se entiende por qué en estas condiciones, desde los inicios de la extensión de la producción fabril en Inglaterra, los niños se convierten en un grupo que justifica una "profesionalización incapacitante" en la aguda caracterización de Iván Illich. Se hacen acreedores de ayuda especializada que los hacen redundantes, objetos de intervención. Lo que es menos visible es que de este modo, se impide a las personas, los niños en nuestro caso, cualquier posibilidad de una capacidad de acción autónoma, de "protagonismo". Distinguir, tal es la estrategia cognitiva moderna para el dominio, separa y subordina, no integra ni convoca. En la actualidad, nos parece que la separación más monumentalmente desastrosa por su directa implicancia en la crisis ecológica es la que se mantiene a enorme costo entre los humanos y su entorno, natural y sagrado.

¿Cuál es la situación de los niños en las culturas originarias? Ésta es la pregunta que motivó el trabajo que ha dado lugar a la presente publicación. En el caso de las culturas originarias de los Andes del Perú, los NACAs, en su acompañamiento a las comunidades criadoras de la vida, han estimulado la conversación sobre el tema en ellas y nos entregan ahora los testimonios campesinos sobre la vivencia de las wawas y sus propias reflexiones a partir de ellos.

Básicamente nos dicen que, efectivamente, la situación de los niños de los criadores campesinos de la vida es radicalmente diferente de la de los niños en Occidente moderno. Ser niño no excluye a una persona de determinadas actividades, ni necesariamente corresponde a un período irrepetible de la vida. Ser wawa en los Andes supone ser sujeto de crianza, necesitar de ella. Por eso se puede ser torpe e incapaz de mostrar suficiencia en lo que se hace. Es señal de incompletitud. Y esto sucede en cualquier edad cronológica. En una cultura criadora, todos somos wawas en algún momento porque estamos siempre siendo criados. Nos cría la Pachamama y todos los uywiris [deidades criadoras].

Por otro lado, la presencia de los niños en las chacras es necesaria para la regeneración de la vida, sea que estén activos con herramientas adecuadas a su tamaño o que estén en el vientre de su madre. Además, su relación con las deidades es privilegiada pues ellas acceden con gusto a sus peticiones y por ello les está reservada una destacada participación en los rituales. En las chacras no se castiga a los niños, ni se trabaja renegando, porque la chacra se resiente y ya no produce. Se rehusa a seguirnos criando.

Esta diferencia de concepción de la niñez se convierte en un obstáculo a la cooperación entre miembros de grupos culturales diferentes cuando un grupo privilegia una particular comprensión y pretende que ésta es universal. Un ejemplo claro se vive cuando la concepción occidental sostiene la validez universal de la noción del niño como sujeto de derechos individuales. Con la buena intención de protegerlo se le aprecia como un individuo inerme expuesto a las inclemencias de la vida social. No se quiere decir aquí que tal situación no sea actualmente una realidad para un número demasiado grande de niños en el planeta. Pero, cuando el grupo interlocutor mantiene la concepción andina y entiende que los niños son parte de una comunidad y no son proyectos de persona ni fracciones de persona sino personas equivalentes, se hace necesaria una profunda revisión del reclamo de universalidad de dicha comprensión.

La diferencia de comprensión no invalida la cooperación ni la impide. Cuando se establece una relación de equivalencia entre las culturas con el ánimo de constituir un mundo común que las reúna en una convivencia fructífera, no basta con la tolerancia porque ésta es la "negación postergada" en la certera frase de Humberto Maturana. Es posible ir más allá y avanzar hacia el aprendizaje mutuo si existe respeto entre las partes y una dosis de amistad.

Lo que la situación actual exige, a nuestro entender, es la constitución de un mundo común, pero no es éste un espacio intermedio, una especie de limbo o "tierra de nadie" en el que a partir de la diversidad de posiciones e intereses se concuerde en un programa de consenso con "objetivos comunes". La exploración de mundos comunes exige más que acordar una utopía de llegada, una actitud de experimentación que nos impulse a emprender juntos una trayectoria de aprendizaje cuyos resultados pueden ser apropiados por cada quien para continuar la trayectoria, una trayectoria abierta, cada vez más incluyente (Latour, 1999).

puerta