LIBROS NUEVOS
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Ricardo Espinosa Reyes: La gran ruta Inca el capaq ñan - The great Inca route the capaq ñan. LIMA - PERU: Petroperú, 2002, 253 p.
RESUMEN
El autor ha vivido y descrito la misma tarea que realizaban los antiguos 'chasquis' durante los tiempos prehispánicos, así como también los desplazamientos de los animosos 'trajinantes', activos ya a partir de los tiempos de la conquista y con mayor desenvoltura en los siglos XVII y XVIII.
Familiarizado con la extensa bibliografía existente sobre la materia, producida por testigos virtuales así como por relatos históricos y remembranzas de viajeros, desde Cieza de león hasta Víctor von Hagen y de investigadores de la talla de Antonello Gerbi, Tom R. Zuidema y John Hyslop, el autor ha logrado un sugestivo cuadro de lo que fue la obra (en parte hasta hoy imperecedera) de una verdadera legión de admiradores de esa faceta de la historia del Perú antiguo.
Como buen viajero de estos tiempos, el autor se enfrenta al tema como viajero solitario y laborioso, agregando al caudal histórico la experiencia vivida, el paciente descubrimiento. La inmensidad de la zona cubierta por los tramos del gran camino antiguo determina que su dirección deba ser tratada por etapas, esta vez solo dentro de la superficie geográfica, de norte a sur, partiendo de Quito, hasta los confines de Cusco y la Paz.
El plan de trabajo y de investigación del autor ha tenido necesariamente que comprender territorios que están fuera de los límites nacionales del Perú actual. La perspectiva ha tenido obligatoriamente que comprender un área mayor que los actuales límites del Perú. En consecuencia, la visión del investigador se ha extendido a territorios que hoy corresponden a Ecuador y Bolivia. El contenido imperial de los Incas se extendía hasta más allá de Quito por el norte y parte de la región andina de la actual Bolivia y hasta la región austral de Chile. El imperio incaico llegó a tener un volumen territorial impresionante que, de no haber mediado la conquista española, hubiera llegado a tener una magnitud geográfica mucho mayor.
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Marcos Fernández Labbé y otros: Arriba quemando el sol. Estudios de historia social chilena: experiencias populares de trabajo, revuelta y autonomía (1830 - 1940). SANTIAGO - CHILE: LOM Ediciones, 2004, 263 p.
RESUMEN
Este libro, reúne el trabajo de un grupo de jóvenes historiadores, se identifica con lo que conocemos como historia social. Esa antigua, a la vez que siempre nueva forma de indagar en el pasado de las sociedades, se plantea como tarea principal interpretar las diversas dimensiones y configuraciones de las relaciones sociales en el tiempo. Sin embargo, como concepto que identifica una corriente historiográfica, ha sido muchas veces discutida por su amplitud.
El trabajo de Daniel Palma Alvarado se ocupa del robo como acción incrustada en la estructura social y productiva de la minería de la plata en Chañarcillo. Este fenómeno social, visto ya no como desviación conductual, sino como una acción cotidiana de los peones mineros y como mecanismo de acumulación capitalista para el incipiente empresariado minero de esos años, refleja un modo particular de reconstruir la transición del peonaje campesino a estructuras de trabajo más compulsivas y modernas. En una cuidadosa labor de "reconstitución de escena", Palma acude a una caracterización social y económica de Chañarcillo desde su descubrimiento como mineral, pasando por el levantamiento del pueblo que se avecinó a este polo de atracción económica, hasta su virtual colapso hacia finales de la década de 1870 y comienzos de la siguiente. A continuación, en un interesante trabajo de archivos, comienza a rescatar la textura del robo, es decir, a mostrar un conjunto de situaciones que demuestran la complicidad entre peones mineros, empresarios y beneficiadores del mineral.
Fernando Purcell Torretti, estudiando otro fenómeno minero, esta vez en California, se interesa por las relaciones inter-étnicas en un contexto de migración laboral a un país que está en pleno proceso de constitución identitaria. Los chilenos en California forman parte del mito de la migración laboral como fenómeno recurrente en nuestra historia. Purcell, a través de una excelente reconstitución historiográfica y de fuentes disponibles sobre el tema, logra profundizar sobre dos tópicos importantes para los temas de identidad: la relación con el-otro-cultura dominante (angloamericanos) y la relación con los-otros-culturas-subordinadas, especialmente los mexicanos. A través de este ejercicio, logra delinear los perfiles propios de la población chilena que se instaló en diversos lugares de California. Este modo de trabajar la historia social de los trabajadores mineros en un país lejano nos ayuda a mirar con más atención la dimensión identitaria y permite ver cómo la interacción entre los angloamericanos y los migrantes latinos contribuyeron a la consolidación de las identidades nacionales de los mineros provenientes de diversos países, y cómo ello permite un análisis horizontal de las identidades.
Rodrigo Henríquez Vásquez, por su parte, indaga en el fenómeno de la prostitución a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Integrando perspectivas de género y culturalistas para analizar la interacción entre lo público y lo privado, el autor da cuenta de un fenómeno importante en la vida cotidiana de los trabajadores. Es especialmente interesante el modo en que se acerca a la prostitución como fenómeno social que involucra, nuevamente, a otros actores sociales: el Estado representado en las autoridades locales, el discurso profesional higienista, la burguesía. Todos, desde la perspectiva de la práctica social de la prostitución (prostitutas y clientes) se demuestran en una relación bastante más estrecha a la hora de indagar lo que pasaba en los burdeles. Es decir, no son solo los obreros quienes participan de dicha práctica y por el contrario, da cuenta de una práctica extendida al género masculino en general, independiente de la condición social de los mismos. Esto abre una discusión importante para la historia social de los sectores populares, ¿hasta qué punto determinadas prácticas sociales pueden concebirse cómo propias o exclusivas a un sector social?, ¿de qué modo habría que analizar el espacio social de lo popular sin considerar otras categorías como el género? Henríquez nos da una buena oportunidad para reflexionar sobre estos asuntos.
El siguiente trabajo, de Cecilia Osorio, también es una contribución asentada en la perspectiva de género. Ser peón y hombre en la pampa salitrera en la segunda mitad del siglo XIX va más allá de cierta obviedad en pensar que la fuerza de trabajo en la minería del salitre era esencialmente masculina. La cuestión de la identidad masculina como construcción social viene signada, como lo señala la autora, al menos por tres dimensiones: el hogar, el trabajo y las organizaciones masculinas. La realidad social del salitre y las fuentes de que se dispone, sin embargo, hacen acotar la mirada a los dos últimos ámbitos. Los burdeles y los hechos de violencia entre hombres sirven a Osorio para analizar el mundo principalmente "monosexuado" de la pampa. El conjunto de antecedentes que nos aporta esta autora permiten ver cómo el estar entre hombres para los hombres implica un esfuerzo de construcción de la identidad de los sujetos mucho mayor que en condiciones de relativa paridad con las mujeres; la construcción social de la "hombría" puede que sea un factor importante en la explicación de la violencia social que otros historiadores han destacado para el período, y que se tiende a interpretar como pura resistencia al disciplinamiento laboral. Habría que señalar, por último, que trabajos como éste dejan la puerta abierta a la integración de otras disciplinas sociales para desarrollar en mayor profundidad la interpretación de este tipo de fenómenos históricos, que eventualmente cuestionan una relación demasiado lineal entre estructuras económicas y comportamientos sociales.
Alberto Harambour Ross, por su parte, nos entrega un trabajo novedoso. Se encarga de seguir los rastros de un anarquista singular de comienzos de siglo, se trata de Efraín Plaza Olmedo. Este anarquista, que logró bastante notoriedad a raíz del asesinato de dos jóvenes burgueses en pleno centro de Santiago, es reconstituido biográficamente por Harambour, y trata de indagar a través de un excelente trabajo de fuentes, en el mayor número de dimensiones posibles de su vida, infancia, juventud, cárcel... Se trata de un ejercicio historiográfico poco habitual cuando de sujetos que no pertenecen a las elites se trata. La profundidad que logra de la reconstitución de la vida y pensamiento de Efraín nos permite acceder a la relación entre sujetos muy concretos y la política como escenario social. En este sentido, este historiador logra hacernos pensar cómo es que se constituyen los actores sociales a partir de las experiencias individuales. Tras leer su trabajo, queda la sensación de que tras una acción de violencia política como la que rescata y da pie al texto, se esconde un verdadero iceberg social; la pregunta se hace evidente a continuación: ¿cuántas historias hay tras cada historia? Cabe destacar el esfuerzo narrativo del autor, que reúne simultáneamente tensión dramática y lucidez analítica.
Marcos Fernández Labbé, en tanto, nos entrega aquí un también novedoso trabajo relativo a los suicidios en el mundo pampino. Quizás sea ésta la investigación que nos lleva más lejos en la búsqueda de intersticios poco trabajados por la historia social. El suicidio como fenómeno que les acontece a sujetos concretos, se da a su vez en espacios sociales en que la práctica del mismo revela subjetividades recursivamente vinculadas con ese espacio social; sujeto y contexto parecen más relacionados de lo que se podría suponer. Fernández enfatiza en este sentido la dimensión individual del suicidio, de la subjetividad que los individuos construyen en sus últimas notas cuando las hay: la enfermedad, las bebidas alcohólicas, las condiciones materiales de existencia, los sentimientos; todo ello surge de su investigación y pone al centro una reflexión no menor: ¿qué rol cumple la experiencia individual en la configuración de los fenómenos colectivos? El suicidio es un acto fundamentalmente de conciencia individual, de profunda reflexión frente a la muerte, pero es también una "salida" posible frente a las relaciones y estructuras sociales en que ese sujeto específico experimenta su vida. Nuevamente aquí hay un trabajo acucioso con las fuentes y un modo especial de "contar historias", lo que a su vez deja abierta la reflexión acerca de la construcción historiográfica como narración / explicación / interpretación.
Finalmente, el trabajo de Jorge Iturriaga entrega un estudio de análisis teórico y metodológico acerca de la fotografía como fuente histórica, la mayoría de las veces usada demasiado ingenuamente como "ilustración" en los trabajos históricos. A través del estudio de la cobertura fotográfica que hace de una huelga portuaria la revista Sucesos en 1903, Iturriaga se interna en los pliegues más íntimos de la construcción del medio comunicacional, desde quienes abastecen de fotografías a la revista, hasta el modo en que son configurados los planos y secuencias de las fotografías seleccionadas para "relatar" la huelga. Su investigación nos muestra cómo imagen y texto son fundamentales en la comprensión crítica de los mensajes que las fuentes de este tipo transmiten.
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Jesús Gutarra Carhuamaca y Mariano Valderrama León: Pachamanca. El festín terrenal - The earthy feast. LIMA - PERU: Universidad San Martín de Porres, 2001, 102 p.
RESUMEN
El autor, con la autoridad que otorgan la experiencia y su legado cultural familiar, los detalles de la preparación de la pachamanca, a la usanza del Valle del Mantaro, y añade finas precisiones sobre el contexto social y cultural en el cual se desarrolla tan suculenta práctica culinaria.
Con la generosidad del tiempo, la comida peruana ha ido cobrando un creciente reconocimiento internacional y ha logrado ser considerada como una de las mejores de América. Sin embargo, aún hay algunas variantes gastronómicas del Perú poco conocidas fuera de su medio natural. Éste es el caso -injusto, por cierto- de la pachamanca, sin lugar a dudas el banquete del Ande peruano por excelencia.
La pachamanca es, también, un potaje de gala, reservado para las más importantes fiestas patronales, comunales (como la fiesta de la herranza, en la cual se marca el ganado; las faenas de limpieza de canales y la inauguración de escuelas, caminos y obras de irrigación) y sociales (como las pedidas de mano, los matrimonios, los cumpleaños, las fiestas de compadres y las celebraciones de triunfos deportivos). Es posible distinguir diversos tipos de pachamanca: la familiar, que se realiza en el hogar; la comunal, en la chacra; la señorial (incorporada por los hacendados y los grupos de poder); la oficial (en honor de las autoridades) y la comercial (para venta).
Los alimentos no son sólo comida en el mágico mundo de los Andes peruanos. Más allá de su prosaica necesidad de nutrirse, el hombre andino establece una relación pagana entre ellos por un lado y por otro la naturaleza -la pachamama, es decir, la madre tierra- y los apus o divinidades, a quienes es indispensable ofrendar alimentos y bebidas en las más variadas ceremonias. Entre los pobladores peruanos existe la tradicional ceremonia mítico-religiosa del t'inkachi o t'inkana, de ofrenda a la pachamama. En la pachamanca del Ande es costumbre que el hornero tinque con unas gotas de licor a la tierra y fume un cigarro echando bocanadas de humo hacia los cuatro suyos, a la par que rinde homenaje a la madre tierra invocando su protección para la familia, el ganado y la cosecha.
Por razones ancestrales, la magia, la comunidad y el alimento están unidos en la cultura andina. Por eso es fácil constatar el dispendio de comida en las ocasiones solemnes, lo que contrasta con la austera dicta cotidiana del poblador andino.
La pachamanca -la modalidad andina de asar en un hoyo bajo tierra carnes, frutas, verduras y tubérculos con la presión del vapor y el calor que irradian piedras candentes- es de origen ancestral. Si bien las carnes usadas en la pachamanca fueron traídas a América por los españoles (excepto el cuy y los camélidos andinos), el origen de la preparación es mucho más antiguo: se remonta a épocas prehispánicas y está asociado a la huatia. En aquellas lejanas épocas, tubérculos como las papas o las ocas se asaban, como sucede hasta hoy, en una manka (olla) construida con terrones (k'urpa), que previamente se caldeaban con fuego de rastrojo hasta que se ponían rojiblancos. De hecho, en las crónicas de la conquista y en los antiguos diccionarios quechuas se habla de la huatia y no de la pachamanca.
Como ocurre en todas las grandes cocinas del mundo, gran parte del encanto culinario de la pachamanca y de la huatia peruanas tiene que ver con la calidad de los ingredientes utilizados. La pachamanca no sería tan famosa sin las particularidades de la papa y del maíz cosechados en estas tierras o sin el sabor peculiar del rocoto y del ají peruanos. Como en la mayoría de aspectos de la vida social del Perú, gran parte de nuestro acervo alimentario tiene raíces que se remontan a tiempos prehispánicos. Son dignas de un recuento memorioso las destrezas agrícolas de los antiguos pobladores incas y preincas, que con ingenio y laboriosidad realizaron sofisticadas obras hidráulicas, cubrieron las montañas andinas de terrazas (andenes) y desarrollaron variedades genéticas de sus principales productos alimenticios -entre ellos la papa y el maíz- para saciar con holgura el hambre y satisfacer el paladar de la población.